La ignorancia como escudo contra el compromiso
«TODOS SOMOS IGNORANTES, PERO NO TODOS IGNORAMOS LAS MISMAS COSAS»
Albert Einstein
La ignorancia, para muchos, es una auténtica desgracia; para otros, no es más que un recurso. Un buen "curro", si vamos al caso.
No es lo mismo un sujeto que vive en la selva africana, cubriéndose (o no) los genitales con un taparrabos, luchando por su supervivencia contra las cotidianas fatalidades de su realidad —y a quien siquiera le cabe el concepto del término "ordenador" y mucho menos la idea de "computadora personal" (PC)—, que un contador que se empecina en no querer aprender a utilizar una computadora en pleno siglo XXI porque defiende una cultura que sólo quedó en su imaginario. El primero, es un ignorante con respecto a lo citadino, mas no en lo suyo; el segundo, mucho más que un necio.
Pero bien mirada: ¿existe la ignorancia? Si la ignorancia es conforme al contexto en el cual se halla el individuo, el indígena africano lo será respecto al mouse, el monitor, el teclado y el universo digital, en tanto el citadino respecto a los ruidos de la selva y en la preparación de una cacería o el ritual de un encantamiento para beneficiarla. Más allá de que la magia funcione o no funcione, y sea cosa de gente "ignorante".
Cada quien es ignorante con respecto al contexto del otro. Porque el conocimiento (o la traducción que hacemos de éste, que no es lo mismo) no es más que una cuestión de mera percepción. Es imposible interiorizarse de algo que no se percibe. La idea, el concepto, nace del encuentro entre la necesidad y la cosa. Si uno de los dos se halla ausente, no se dará jamás aquello llamado "conocimiento". Y en tanto eso no suceda, permaneceremos en estado de ignorancia. Cada quien en lo suyo, y cada cual en su contexto.
No todo lo que brilla es oro
Sin embargo, resulta ser que muchas de las cosas que supuestamente "ignoramos" no son más que "negación de lo que sí conocemos", rehusándonos a asumirlas por mera comodidad, superstición o beneficio secundario. A cuento de "frases célebres, ignorancia y negación del conocimiento", Freud lo resumía en una muy breve: "hago como si" (como si no lo supiera; como si no existiese; como si se me olvidó; como si nunca me lo dijiste; como si no lo vi o como que no lo leí; etc.).
Desarticulado el "como si", queda bien diferenciado aquello que realmente ignoramos de lo que conocemos, pero...
La gente "SABE" que la maceta en el balcón es un peligro... pero "hace como si" (y lo soluciona con otra sentencia: "no pasa nada", o "a mí no me va a pasar porque soy muy cuidadosa/o"). A todo esto, Freud también nos quitó la máscara del autoengaño denominándolo "racionalización". Es decir que justificamos cualquier acto con una argumentación (bizarra la mayoría de las veces) de apariencia "racional" y pseudo "lógica". Pero sólo en la apariencia lo es, no más lejos de eso. De ahí la neurosis, por ejemplo, que es el resultado de dos fuerzas opuestas en conflicto que necesitan ser compensadas mediante la sustitución de una tercera netamente imaginaria que atempera la angustia. Y todo (según Freud) es una trampa ideológica que nos tendemos a nosotros mismos por una simple cuestión de supervivencia. Niego para sobrevivir; deformo la realidad y la adapto para mi conveniencia a fin de sobrevivir; etc.
Días pasados, un pésimo administrador y copropietario a la vez del consorcio al cual llevó al desastre, cuestionado por no cerrar una cuenta corriente que fuera reemplazada por otra según el dictado de sus caprichos, argumentaba que "no la cerró porque una propietaria seguía depositando" (sic). Todos los presentes no podían creer lo que este buen señor, licenciado en administración para redundancia de papelones (que firma y sella como "doctor" pese a que desde 1998 el CPCE le retiró la matrícula por falta de pago) y docente en varios lugares como administrador en propiedad horizontal, "argumentara" semejante silogismo.
Reitero: "NO LO PODÍAN CREER"; y sin embargo, ante la presentación de mi parte como nuevo administrador, de un listado de deuda contraía por el consorcio con la AFIP por casi $20.000 entre multas e intereses, él, muy suelto de cuerpo, negaba que fuera el responsable y negaba que la AFIP pudiera intimar al consorcio. Es más: citándolo a su "amigo" Loisi dijo que no le constaba que algún consorcio fuese intimado o embargado por la AFIP. Pero que al él no le constara, no quiere decir que no exista. De hecho, tengo en mi poder pruebas concluyentes que confirman lo contrario.
¿Lo hacía desde su más absoluta ignorancia? NO: lo hacía porque debía salir vivo de la asamblea y de la deuda reclamada. Lo hacía por una cuestión de supervivencia. Y aunque nadie le creyó... nadie le reclamó la deuda y su objetivo se vio cumplido (zafar) en tanto todos aprobaron mi plan de crear una extraordinaria "preventiva" por si la AFIP intimaba o embargaba la cuenta corriente del consorcio. Obviamente él acompañó la votación... ;-)
Conclusión: la gente prefiere pagar dos veces lo mismo ("quien paga mal, paga dos veces" dice nuestro Código Civil) a afrontar un juicio penal en un país en donde se premia la estafa económica y los juicios por delitos económicos son un muy buen negocio para todos, menos, para el que lo inicia; que por carácter transitivo, es la propia "víctima". Probation mediante, la ley festeja la picardía. Pero eso es, silogismos culturales mediante, otro cuento.
Ejemplos bizarros como el del "Dr. Cátedra" (conforme a lo apodado por sus vecinos), redundan por doquier. "Yo no fui, fue mi mano" decías Cortázar en uno de sus cuentos a modo de justificación. "Mi mano hace cosas que yo ignoro", sería la idea. "A mí no me digan nada, arréglense con mi mano. Ella no me cuenta lo que hace ni lo que piensa; soy, en buen romance, ignorante de sus voluntades"; parafraseando la idea. Que no es más que una recreación del cuento "La Mano", de Edgar Alan Poe.
Niego, por lo tanto, "existo"
Algunas personas se empecinan en no aprender. Y en un universo liberal eso es muy lícito: nadie está obligado a hacer lo que no quiere, necesita o desea. Nadie está obligado a actuar contra su voluntad. Pero más allá del libre albedrío de rehusarse a las obligaciones contra la propia natura, hay un beneficio muy grande respecto a permanecer ignorante: "el no compromiso". Ignorar, pudiendo conocer o comprender, es negarse. Por ejemplo: me rehúso a aprender a tocar el piano, no porque ese sea mi verdadero deseo, sino porque percibo que a través de mi genuino interés frente al teclado, se perfila el deseo frustrado de mi madre de ser pianista. Ergo: mi ignorancia musical me libera de compromisos sociales y familiares. Es un antídoto contra las ligaduras (no las musicales, precisamente).
En otro contexto, allá en mi adolescencia, la novia de mi amigo se vendía como muy mala cocinera. No decía: "soy muy mala cocinera, ayúdenme". Por el contrario, decía: "cocinen ustedes que yo de eso no entiendo nada". Y le agregaba el condimento para el ego: "además, ustedes cocinan muy rico".
Amante de la gastronomía al grado de estudiarse y practicar cuanta receta de cocina anduviese suelta para agasajarse a sí mismo, mi amigo insistía en enseñarle algo que ella, tanto en su lenguaje verbal como en su lenguaje corporal (por sobre todas las cosas), tenía muy claro que jamás aprendería para no quedar "pegada" a compromisos gastronómicos con quienes fuera. Ella era una intelectual de izquierda; y las intelectuales de izquierda no cocinan boludeces sino conspiraciones, tramoyas anticapitalistas, etc.
Sin embargo, y pese a la docente paciencia de mi amigo (lindante con lo necio más que con lo sabio), "la humanidad", en su acervo fraseológico, ya se lo había advertido hacía muchísimo tiempo: "querer, es poder"; y su no novia no es que no podía, "no quería". Lo cual se dio cuenta un medio día cuando ella, sin saber que él la estaba mirando, quemó a propósito un estúpido huevo frito para que él continuase haciéndolo.
Continuidad de dos partes
Siguiendo con el universo literario, es bueno tener presente que en la novela "El Extranjero", de Albert Camus, Meursault, el personaje principal, dice así en su comienzo: "Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer." La negación y la deformación de la realidad, son dos trucos para fomentar una ignorancia por conveniencia. Y en todo El Extranjero de Camus, predominará esa tendencia existencialista con la cual el autor trata de hacernos entender cómo, según su óptica, quedó aquella Europa después de la 2ª guerra mundial.
De nuestro archivo cotidiano, tenemos casos como los siguientes:
"Todas las macetas son peligrosa en los balcones, menos la mía que está bien colocada."
"Todos los perros ladran y rompen las pelotas, menos el mío que es un santo."
"Todos los boludos cuelgan la ropa en los balcones, pero yo me cuido de que no se vea porque francamente queda feo."
"Todos guardan bicicletas en los balcones y nunca se cayó uno por esa causa, ¿por qué se va a caer justo el mío?"
"Todos cuelgan bicicletas en sus balcones, ¿por qué no yo si no está prohibido?" (aunque en realidad, la está colgando del balcón del vecino, hilando más fino, 'del consorcio')."
...y así, ad infinitum. "Si todos si, porqué yo no; si soy parte de ese todo".
En honor a la verdad, todos somos ignorantes en algo, pero algunos especulamos con la ignorancia misma, y se nos va la vida en fabulaciones y ardides.
El "motonauta" (ese que se cree que va en un jet rumbo a la Luna), que no usó casco porque es un hombre libre, pero va y se mata en la primera esquina. ¿Qué piedad puede generar la muerte de ese imbécil que "hizo como si" y se rompió el alma? Y encima, la familia lo llora por bueno. Él conocía las leyes de tránsito, pero bien "banana" como muchos en un país bananero como el nuestro, se cagó en cada una de las que pudo para "demostrar-se" su heroísmo. ¿Y qué terminó demostrando? Su rotundo fracaso desparramado en medio de la calle con la testa hecha pedazos. Porque la muerte es así, "la muerte es desprolija" diría mi esposa.
Pero no es el caso de los deudos de un "ASESINADO" por un macetazo "negligente" en medio de la cabeza. O una plancha que cayó de un 7º piso. O un simple perro, como sucedió el otro día, impactando desde un 9º piso en la cabeza de un eventual transeúnte para su desgracia... "¡EN UN EDIFICIO CUYO REGLAMENTO PROHIBÍA LA TENENCIA PUNTUAL DE PERROS!"; y todo el mundo, consuetudinariamente, "hizo como si", en honor a don Segismundo...
En resumidas cuentas, y como diría el negro Fontanarrosa: "algunos somos verdaderamente ignorantes; otros, lisa y llanamente, unos perfectos pelotudos".
Que Dios lo tenga en la gloria al Negro, y me ayude a salir lo más pronto posible de esa multitudinaria lista de tarados en la cual figuro desde antes de mi nacimiento.
Gustavo Karcher/.
24/01/2012